Cuentan que cuando en 1951 los padres Agustinos Recoletos fueron destinados a atender la parroquia de Aculco, encontraron ya en muy mal estado de conservación el viejo altar mayor neoclásico, el "ciprés" del siglo XIX al que nos hemos referido en anteriores ocasiones. Más que la polilla, el retablo había sido invadido por ratones, que incluso penetraban al sagrario a mordisquear las hostias consagradas. En un acto radical y lamentable, los agustinos decidieron retirar por completo el ciprés y dejar el presbiterio vacío, sin adornos, tan sólo con lo necesario para que se continuara celebrando misa. Algunos pocos vestigios, empero, se conservaron: fue el caso, en primer lugar, de la imagen titular de San Jerónimo; la mesa del altar, el sagrario y las columnas del manifestador que se hallaba dentro del baldaquino fueron reutilizados para formar un pequeño retablo que se encuentra en la capilla del Hospital Concepción Martínez; también rodó por ahí, hasta perderse, una tabla de madera blanca enmarcada en rojo que señalaba que aquella obra había recibido a principios del siglo XIX el privilegio perpetuo de Altar de Ánimas por bula del Papa Pío VII. Ello significaba, según las disposiciones sobre la Eucaristía:
Altar privilegiado es aquel al cual el Romano Pontífice concede el privilegio de que los sacerdotes que celebren en él, pueden ganar una indulgencia plenaria a favor de aquella alma por la que apliquen la Misa que celebran. Ordinariamente este privilegio se concede a todos los sacerdotes que dicen Misa en aquel altar, aunque algunas veces es para sacerdotes determinados. (1)
A muchos aculquenses molestó, por supuesto, la pérdida del centenario ciprés de la parroquia. Más aún, que se hiciera sin haber proyectado siquiera su reemplazo por otro altar, que se rompiera la armonía neoclásica del interior -que sufrió también por esos años otros cambios y pérdidas en sus altares laterales, pintura mural e imágenes religiosas- y, en suma, que se empobreciera notoriamente la imagen del interior del templo que, si bien no podía considerarse una joya de su estilo, tenía el inmenso valor de su autenticidad.
Pasaron algunos años y fue hasta 1959 que el templo parroquial de Aculco pudo contar nuevamente con un retablo mayor. Esto fue gracias a la donación que hizo una sola mujer, la señora Catalina Ocañas viuda de Suárez. Era ella originaria de Aculco, donde nació el 21 de marzo de 1881, hija de Nazario Ocañas y María Praxedis Osornio. Al día siguiente fue bautizada en la parroquia de este lugar con los nombres de Benita Catalina por el padre Francisco Guerra y fueron sus padrinos don Guadalupe Guadarrama, propietario de la hacienda de Ñadó, y su esposa Ana María Monroy. (2) Más que con Aculco, su familia estaba ligada con Atlacomulco, donde se hallaba establecida desde 1871 y había nacido una hermana de Catalina, diez años mayor que ella, de nombre María Adalberta Alejandra. (3) Por ello, muy niña fue llevada por sus padres a aquella población y, se dice, "nunca más volvió a su tierra natal, a la que sin embargo, siempre guardó un gran cariño y un sentimiento generoso de admiración". (4)
Catalina Ocañas contrajo matrimonio con Pablo Suárez Nuñez, con quien tuvo siete hijos (Rafael, María, Guadalupe, Paula, Alejandra, Francisco y Nazaria). Entre ellos destacó como político el licenciado Rafael Suárez Ocañas, presidente municipal de Atlacomulco en 1938-1939 y 1940-1941, integrante de la comisión para la construcción de una hidroeléctrica que aprovecharía las aguas del río Lerma y, a la llegada de Adolfo López Mateos a la presidencia de la República, funcionario en el Departamento del Distrito Federal.
Catalina falleció el 2 de octubre de 1958, dejando a sus hijos el encargo de realizar un nuevo altar mayor para la parroquia del pueblo donde nació. Su diseño y fabricación fue encomendada a la casa "El Arte Católico" (5), que tenía su domicilio desde 1944 en la Avenida Chapultepec de la ciudad de México y subsistía allí mismo hasta hace no muchos años bajo el cuidado del último descendiente de una verdadera dinastía de escultores que se remonta a más de dos siglos, Mario Antonio Hernández Escamilla. Según una descripción de la época este retablo está realizado
... en madera de caoba con aplicaciones de cedro, talladas y finamente doradas, está asentado sobre tres gradas de mármol de tepeaca gris claro con peraltes de mármol travertino, formando un artístico conjunto de muy agradable aspecto. Al centro de la mesa, encima de ella y cortando las gradas de la mesa del altar, se ha realizado un sagrario del mismo estilo, que lleva en la parte superior del mismo una cúpula con ángeles en adoración, rematándola una cruz. Sobre de [sic] la cubierta del muro que sirve de fondo a todo el conjunto, y al centro, va el manifestador en madera de caoba, finamente tallada con un frente de 1.50 ms. y una altura de 1.50. Está sostenida por cuatro columnas rematadas por cornisa con molduras talladas, rematando el ornato superior con una corona, todo ello dorado bruñido. (6)
El nuevo altar fue bendecido el 30 de septiembre de 1959, en el bicentenario de la erección parroquial, por el doctor Francisco Orozco y Lomelín, obispo auxiliar y vicario general de la Arquidiócesis de México, a la que pertenecía todavía Aculco (después pasaría a la de Toluca y finalmente a la de Atlacomulco). El 2 de octubre siguiente se realizaron allí mismo solemnes honras fúnebres por la donadora del retablo. (7)
Como pieza de arte, sin duda el nuevo retablo es una realización menor. Aunque evoca remotamente los retablos barrocos, sus elementos labrados y dorados -que se concentran en el gran arco que lo enmarca, las peanas que sostienen las esculturas, los capiteles y primer tercio de las columnas del nicho central y los relieves que sobre él se disponen en forma de dovelas (los que incluyen un par de ángeles y el Espíritu Santo representado como paloma, sobre fondos plateados)- se acercan más a las realizaciones neocoloniales de la primera mitad del siglo XX. El fondo del retablo es claro y completamente liso; el respaldo de los nichos sólo se distingue por su enmarcamiento y color oscuro de la madera. Carece además de un verdadero discurso iconográfico, pues en él se ubicaron la antigua imagen de San Jerónimo (santo patrono del pueblo) con sus atributos de doctor de la iglesia al centro, San Agustín (patrono de la orden a cuyo cuidado estaba la parroquia en ese tiempo) con sus vestiduras de obispo a la derecha y la Virgen María en su advocación de la Medalla Milagrosa (posiblemente a petición de la donadora) a la izquierda. Incluso, el retablo propiamente dicho resulta pequeño para el muro del presbiterio, y el espacio entre él y los arcos de cantera lo cubre una superficie de duelas de caoba oscura que contribuye a destacar el altar, pero que también acusa cierta pobreza de ideas y recursos.
De cualquier manera, casi 55 años después de su realización, el altar mayor de la parroquia de Aculco se ha convertido ya en un elemento tradicional de su interior. Una pieza que debe cuidarse y protegerse, y por la que además debe mantenerse siempre la gratitud hacia la donadora, doña Catalina Ocañas viuda de Suárez, sin la cual posiblemente sólo tendríamos en su lugar un enorme muro vacío.
(1) José M. Morán, O.P. Teología Moral, tomo II, Madrid-México, Librería Católica de Gregorio del Amo / Librería Católica de Herrero hermanos, 1899, p. 335.
(2) Registro bautismal de Benita Catalina Ocañas, 22 de marzo de 1881, Libro de Bautismos de hijos legítimos 1874-1883, Archivo Parroquial de Aculco.
(3) "México, bautismos, 1560-1950," index, FamilySearch (https://familysearch.org/pal:/MM9.1.1/NXMM-RQ5 : accessed 30 Jan 2014), Nasario Ocanas in entry for Maria Adalberta Alejandra Ocanas, 24 Apr 1871.
(4) Aculco. Órgano de la Voz y Espíritu de un pueblo, Aculco, 30 de septiembre de 1959, año 1, núm. 4. pág. 6.
(5) Idem.
(6) Idem.
(7) Idem.