El cerrito del Tixhiñú (antiguamente también llamado con mucha frecuencia Texhiñú, pronunciación quizá más cercana a la primitiva), se levanta a unos cuatro kilómetros al oeste de Aculco, muy cerca de la confluencia natural del arroyo de la Ladrillera y del río de Aculco -aguas abajo de la presa de Cofradía- y a unos pocos metros del río Ñadó. Justo en esa zona el cauce del río comienza a hacerse más profundo y a formar el Cañón de Aculco. La vieja Carretera Panamericana (que ahora, tras su reciente ampliación, llaman ya autopista Atlacomulco-Palmillas), permite llegar fácilmente al lugar, a través de una desviación ubicada a la altura del kilómetro 110.
El topónimo Tixhiñú deriva de las raíces otomíes t’öhö-cerro y xiñu-nariz, esto es "cerro de la nariz"; aunque la forma regular de este cerro visto desde casi cualquier perspectiva le da una silueta triangular que justifica plenamente el nombre, también es cierto que dicha denominación fue frecuente entre los pueblos mesoamericanos para referirse metafóricamente a los montes que se desprendían un poco de alguna serranía, al modo que lo hace la nariz al extenderse al frente del rostro humano. Así, por ejemplo, el cerro del Tepeyac situado en la capital del país, tiene las mismas raíces semánticas aunque procedentes de la lengua náhuatl: tepetl-cerro, yacac-nariz, y se le llamó así pues se proyecta más al sur que el resto de los cerros que forman la sierra de Guadalupe. En el caso del Tixhiñú, el cerro de Ñadó, cuyas primeras estribaciones comienzan a poca distancia hacia el oeste, sería la montaña de las que se halla "proyectado" como una nariz.
Sin duda alguna, lo que más llama la atención del Tixhiñú y le distingue de otros hitos del paisaje aculquense es la uniformidad de sus pendientes, particularmente visto a la distancia, la que ha llevado a que desde mucho tiempo atrás se le crea una pirámide edificada por la mano del hombre. Una enorme pirámide, por cierto, pues de ser así podría alcanzar los 400 metros en sus costados, es decir, equivalente al mayor edificio prehispánico conocido, la Pirámide Cholula, Puebla. Pero no nos engañemos: el Tixhiñú es una formación natural con características geológicas muy parecidas a las de su vecino, el Cerrito Colorado, que se levanta a muy poca distancia al sur pero que carece por mucho de la elevación y regularidad de aquél. Así lo determinaron las exploraciones de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH, llevadas a cabo en la década de 1990, previo a la construcción de un gasoducto paralelo al trazo de la Carretera Panamericana entre Palmillas y Toluca. Sin embargo, las excavaciones también demostraron que, de un modo u otro, quienes creían ver en su perfil la traza de una pirámide tenían algo de razón: había evidencia de la ocupación del cerro desde tiempos muy tempranos, de la construcción de terrazas que alteraron su perfil natural y de la existencia de un templo prehispánico en su cima
La arqueóloga Alicia Bonfil Olivera, responsable de esos trabajos, escribe:
Tixhiñú figura como un sitio peculiar en el área que estudiamos, debido tanto a sus características geográficas como culturales. Se trata de un asentamiento cuyo origen puede tal vez ubicarse en las últimas etapas del Formativo, cuya posición lo hace visible desde Huamango así como desde Los Toritos (sitios que comparten una misma tradición cerámica) y viceversa, fundado sobre una elevación de pendientes abruptas dispuesta al centro de una planicie agrícola, en medio de dos cauces. Las laderas de la elevación están aprovechadas al máximo con fines habitacionales y en la cima se levanta un conjunto ceremonial de importancia considerable. (1)
Por su parte, la arqueóloga Laura Solar Valverde afirma que dicha disposición en terrazas pudo, sin embargo, servir también para el cultivo: "[los habitantes de estos sitios] utilizaban extensivamente el piedemonte de las mesetas y serranías mediante sistemas de terrazas que retenían suelo y captaban humedad para el cultivo de maguey, entre otros productos, tal como ocurre en el sitio de Tixhiñú..." (2).
No hay que perder de vista que las sierras de San Andrés Timilpan, Acambay y Ñadó constituyen una frontera natural entre el valle de Acambay -prolongación del valle de Toluca- y la región de los llanos del sur de Querétaro. Las exploraciones indican que esta división sirvió también como frontera cultural en la época prehispánica dentro de la cual, afirma la autora citada, "Tixhiñú da la idea de haber sido un punto clave" (3).
Aunque en el sitio se hallaron algunos vestigios arquitectónicos que sugieren dos etapas distintas de ocupación, la cerámica suele ser para los arqueólogos un mejor indicador para fijar filiaciones culturales y temporalidad de la ocupación de un lugar. En el Tixhiñú, los arqueólogos hallaron una situación compleja en las muestras cerámicas, pues junto con los tipos locales relacionados con los hallados en el principal sitio arqueológico explorado en la zona, el de Huamango, Acambay, otros
... relacionados con tradiciones del Formativo o del Clásico temprano, que al parecer tienen que ver más con los estilos del Bajío que con los de la Cuenca de México, así como otros más cuyas características los ubican dentro de ese gran universo conocido como "Coyotlatelco". Figuran también entre los materiales de Tixhiñú ejemplares de tipos de la región sur de Querétaro y suroeste de Hidalgo, tales como el Rojo inciso Xajay y el Marqués Anaranjado Pulido... (4)
Un detalle interesante para los estudiosos fue que los restos de cerámica del llamado "complejo Huamango", que responde a la tradición local, se hallaron mezclados en las mismas proporciones con el complejo cerámico del sur de Querétaro (sobre todo el tipo Rojo Inciso Poscocción Xajay que data del período Epiclásico), que no ha sido hallado en las exploraciones realizadas en el muy cercano valle de Acambay. Falta dilucidar, escribe Bonfil, si ello responde a que esas dos tradiciones culturales distintas convivieron temporalmente en el Tixhiñú, o bien responden a etapas de ocupación alejadas cronológicamente que sugieren, interpretamos nosotros, una frontera fluctuante (5).
Aunque esta situación dificulta datar los períodos de ocupación del Tixhiñú en tiempos prehispánicos, la conclusión a la que se ha llegado es que "el sitio fue ocupado inicialmente cuando menos desde el Clásico temprano [200-600 d.C.], si no es que desde el Formativo terminal [400 a.C.-150 d.C.], permaneciendo abandonado durante la mayor parte del Clásico [200-900 d.C.] y siendo reocupado a partir del Epiclásico [650-1000 d.C.]" (6).
Así, podemos responder con certeza a la pregunta que plantea el título de este post. ¿Es el Tixhiñú una pirámide? No, no lo es desde el punto de vista arqueológico y arquitectónico. Pero sí es un sitio arqueológico de importancia, en cuya cima existió probablemente un templo y que con la alteración de sus laderas en terrazas -ya fuera para fines habitacionales o de cultivo- posiblemente tuvo en algún momento la apariencia escalonada de un verdadero basamento piramidal construido por la mano del hombre. Ojalá futuras exploraciones nos permitan conocer más de este lugar y de la vida de quienes nos precedieron en los tiempos más remotos en lo que hoy es Aculco.
Si quieres ver una muy buena fotografía del Tixhiñú en panoramio, pincha aquí.
 
Notas
(1) Alicia Bonfil Olivera, "Investigaciones arqueológicas recientes en la región matlatzinca y otomí del noroeste del Estado de México", en Alfonso Serrano (compilador), Memoria del Tercer Coloquio Internacional sobre Grupos Otopames, Vol. 1, p. 111 (edición electrónica disponible en http://www.otopames.net/pag/PDF/p1999-1.pdf).
(2) Laura Solar Valverde, El fenómeno coyotlatelco en el centro de México, México, INAH / Coordinación Nacional de Arqueología, 2006.
(3) Alicia Bonfil Olivera, op. cit., Idem.
(4) Alicia Bonfil Olivera, op. cit., Idem.
(5) Alicia Bonfil Olivera, op. cit., p. 108.
(6) Alicia Bonfil Olivera, op. cit., p. 108-109.