La relación de tres siglos de Aculco con el Camino Real de Tierra Adentro, debió dejar, más allá de las huellas arquitectónicas en caminos, puentes, mesones y haciendas que en buen o mal estado se conservan, numerosos objetos relacionados directamente con el tránsito por esta vía, la más importante de la Nueva España. Tal vez es difícil de imaginar ahora, pero en su momento las calles del pueblo debieron estar llenas de carros cargados de los más variados productos del interior del país, los herreros y carpinteros trabajando sin darse abasto en reparar ruedas y ejes averiados, decenas o hasta cientos de mulas, con todos sus arreos, esperando a ser cargadas por los arrieros, algún caporal o mayordomo luciendo su traje de campo ornamentado en plata, más cercano al del chinaco que al charro como lo conocemos hoy, montando su caballo ricamente enjaezado. En fin, una estampa en la que casi todos los objetos que veríamos nos parecería extraño y difíciles -si no imposibles- de encontrar en el Aculco actual.
Aculco sigue siendo un lugar de gente de a caballo como antes -y parece que en los últimos años cada vez en mayor número y más entusiasta-. Los silleros de varios notables charros de Aculco guardan preciosas sillas de montar de faena, piteadas, chumeteadas, hermosos sombreros de fieltro y algunos de "pelo de llama" al estilo del siglo XIX con sus toquillas bordadas en plata, trajes con hermosas botonaduras bien trabajadas, arreos más bien escasos como chivarras y armas de agua, frenos y espuelas con incrustaciones de plata, etcétera. Pero son objetos que, a lo más, tendrán 100 o 130 años: se remontan tan solo, cuando mucho, al Porfiriato. De aquellos otros hombres de a caballo de hace dos o tres siglos, los del Virreinato, casi ningún vestigio material ha quedado. Esto es en buena medida algo natural: los arreos, por ricamente que estuvieran trabajados, estaban hechos para cumplir una función específica, ruda además, que normalmente limitaba su tiempo de vida. De ahí que los objetos charros coloniales sean sumamente escasos y por ello muy apreciados y valiosos.
De esos objetos charros coloniales, en Aculco sólo conozco dos medianas colecciones de frenos (no muy bien conservados) del tipo que hoy se suele llamar "zacatecano", pero que en esta región era más conocido por "mulero". Tienen este tipo de frenos la característica de poseer una barbada formada por una argolla rígida que se une al bocado, lo que significa un gran castigo para la cabalgadura y que por esa razón están prohibidos por la Federación Mexicana de Charrería en competencias oficiales. Éstos y algunos fierros de marcar ganado eran, hasta hace poco, los únicos objetos charros reconocibles en Aculco como vestigios de la gran época del Camino Real de Tierra Adentro, posiblemente empleados en las recuas de mulas que hasta principios del siglo XIX representaban una importante fuente de recursos para sus habitantes.
Muy recientemente, sin embargo, traídos de otro lugar de nuestro país, se incorporó al inventario de arreos charros legítimamente virreinales un par de estribos de madera del siglo XVIII, excepcionales por su raro diseño y magnífica calidad. Aunque en los museos y algunas colecciones privadas existen ejemplos notables de estribos de la época -algunos de ellos de calidad superior en el trabajo de la madera- estos estribos ahora aculquenses son especiales por su belleza, extraña conformación, originalidad y magnífico estado de conservación. Y cosa rara en objetos de este tipo, forman el par completo.
Los estribos más lujosos de aquella época se elaboraban en metal, a veces plata, y adoptaban una característica forma de cruz. De ellos han sobrevivido bastantes ejemplares -pocos formando pares- gracias al material con que eran fabricados. En cambio, de los estribos más populares o de aquellos que se usaban en el campo para las faenas charras muy pocos se han llegado a conservar pues se elaboraban en materiales perecederos como la madera y el cuero. Aunque normalmente los estribos campiranos eran sencillos, entre los rancheros ricos de la época barroca alcanzaron cotas verdaderamente artísticas, sacrificando incluso la ligereza y practicidad al lujo y la ostentación.
Como puede verse en las fotografías, los estribos que presentamos ahora se ajustan a las características arriba señaladas. Incluso, he llegado a sospechar, por su riqueza y buen estado de conservación, que más que tratarse de objetos utilitarios bien pudieron haber sido elaborados con intención ornamental para la imagen ecuestre de algún santo, como una escultura de Santiago o San Martín.
En primer lugar, este par de estribos llama la atención por su gran tamaño. Su silueta adopta la forma de campana casi natural para esta clase de artefactos, ancha en la base y estrecha en la parte superior, describiendo una curva. Con el hueco horadado en el cuerpo del estribo donde se introducen los pies, la silueta se torna un perfil arqueado que el artesano aprovechó para formar el cuerpo serpentino de un grifo de dos cabezas, labrando escamas en toda su superficie, al frente y al reverso. Las cabezas del grifo se unen mirando en direcciones opuestas en la parte superior del estribo, dejando entre ellas el hueco que los unía con la arción, tomando el aspecto de una bestia de dos cabezas. Estas cabezas, hermosamente talladas para ser apreciadas desde todos los ángulos, se apegan a la representación tradicional de los aquellos seres mitológicos: pico y cabeza de águila, mirada fiera y crestas de plumas (u orejas) en la parte posterior. Curiosamente, las escamas más próximas a la cabeza adoptan la forma aguzada de plumas, más cercanas a las caracterización general de los grifos con plumas en lugar de piel de reptil.
Aunque me parece a mí que estos estribos son obra del siglo XVIII por su carácter barroco, lo cierto es que hay algo en esas cabezas de grifo -quizá sólo el que se haya elegido una representación mitológica procedente del pasado Clásico- que me hace pensar en las obras renacentistas del siglo XVI. Incluso la primera vez que vi estos estribos, las líneas del labrado de esas cabezas me trajo a la mente inmediatamente el recuerdo de las antiguas sillerías de los coros de las catedrales españolas, adornadas con motivos semejantes, aunque naturalmente de una calidad artística superior.
Para bien o para mal, estos estribos que ya se habían convertido en aculquenses por formar parte de la colección de un entusiasta de este pueblo, se encuentran en venta, pues su propietario lo ha decidido así y es muy factible que salgan de Aculco en un momento dado. En el pueblo, como decíamos arriba, existen varios grandes aficionados a la charrería que poseen buenas colecciones de arreos charros. Sería estupendo que alguno de ellos se entusiasmara con estas piezas tan excepcionales y antiguas, y decidiera adquirirlas para que, en propiedad particular como hasta ahora, permanecieran incorporados de alguna manera al patrimonio de nuestro pueblo, como un recuerdo tangible del campo mexicano en los años del Virreinato. Si alguno de ellos lee este texto y está interesado en ellos, puede enviar un mensaje a este sitio para que lo dirija con el propietario de tan hermosos y raros objetos.