La difusión del culto a la Virgen de Guadalupe en la Nueva España es un asunto que ha recibido la atención de diversos investigadores. Más allá de la Ciudad de México, su sitio de origen, donde los testimonios más antiguos dan fe de la gran devoción que despertaba entre los naturales y españoles, a lo largo del siglo XVI son muy pocos los lugares en lo que se ha demostrado la existencia de la veneración a la imagen del Tepeyac. Parece ser que el culto al interior del territorio novohispano alcanzó primero las ciudades criollas que los pueblos de indios por una razón muy clara: si bien es cierto que los franciscanos que evangelizaban buena parte del virreinato mostraron siempre una especial veneración por María en su advocación de la Inmaculada Concepción (a la que iconográficamente puede asociarse la Virgen de Guadalupe), también es muy cierto que, al trabajar directamente con los indígenas, recelaban de las imágenes -como aquella- en la que percibían algún sincretismo o resabio de idolatría. Lo cierto es que "de manera paulatina, pero firme, esta devoción se extendió durante la década de los años treinta del siglo XVII hacia urbes como San Luis Potosí, Valladolid, Puebla, Guadalajara y Zacatecas".(1) La secularización de las doctrinas en manos de los misioneros para entregarlas a sacerdotes diocesanos, iniciada en el siglo XVI pero impulsada sobre todo a partir de 1749, favoreció asimismo su difusión en los pueblos de menor importancia.
Más allá de ello, fue sin duda la Nueva España barroca, orgullosa y ostentosa, que convertía la vida cotidiana en todo un teatro de maravillas, que en las fiestas exaltaba su riqueza y desbocada imaginación; ávida de milagros, sucesos sobrenaturales, que se sabía ya diferente de España y encontraba en todo -el paisaje, la mezcla étnica, la fauna, los alimentos, las costumbres y las devociones- razones para sentirse única, fue ella la que con mayor vehemencia exaltó y extendió el culto a la Virgen de Guadalupe. Como escribió Carlos Herejón Peredo:
[El período] de 1732 a 1756 de distingue por la marcha vertiginosa del culto guadalupano a través del púlpito [...]. Anteriormente la Inmaculada Concepción había sido el tema mariano más pregonado en el púlpito. En adelante la Virgen de Guadalupe lo desplaza, o mejor dicho lo reasume. Al mismo tiempo ocurren las mayores sanciones oficiales al culto guadalupano: en 1737 la Virgen de Guadalupe es declarada patrona de la Ciudad de México y nueve años más tarde de toda la Nueva España; en 1754 el Papa Benedicto XIV aprueba el patronato nacional y concede y oficio y misa propios a la festividad del 12 de diciembre [...]. México entraba con credencial propia y distinguida al universo de las naciones.(2)
Aunque la tradición cuenta que al conocer la copia de la imagen de la Virgen de Guadalupe pintada por el afamado Miguel Cabrera, el Papa exclamó la frase tomada del Salmo 147 Non fecit taliter omini nationi ("no hizo cosa tal por pueblo alguno"), lo cierto es que la arrogante Nueva España le había ya adjudicado el epígrafe a la imagen por lo menos desde 1681.(3)
¿Cómo saber cuándo arribó y cuándo adquirió fuerza el culto guadalupano en Aculco? Es un asunto de difícil, pero quizá no imposible solución: consultando los libros sacramentales que se conservan en el archivo parroquial, algunos de los cuales se remontan a 1606, quizá sea posible señalar alguna década de los siglos XVII o XVIII en los que el nombre de Guadalupe comenzó a hacerse frecuente al bautizar a los niños, particularmente los nacidos el 12 de diciembre. Es sin duda una tarea ardua, pero por fortuna se pueden consultar estos registros en línea, en el sitio www.familysearch.org, lo que facilitará enormemente la tarea a quien decida emprenderla.
Pero hay por cierto un indicio que nos permite suponer que quizá a principios del siglo XVIII la devoción no estaba todavía arraigada en Aculco y se encuentra curiosamente en su más importante monumento arquitectónico: la fachada de la parroquia de San Jerónimo, concluida en 1701. Como recordarán los lectores habituales de este blog, esta fachada lleva en su remate un relieve que representa los desposorios místicos de Santa Rosa de Lima. Resulta significativo que el diseñador de la iconografía de esta portada eligiera dicha escena, que como observó la historiadora de arte Elisa Vargas Lugo reúne a la santa peruana con un indio arrodillado que representa a México, "interpretado con franco espíritu americanista y oficio nativo" (4), en lugar de un relieve guadalupano que habría cumplido mejor su aparente intención nacionalista criolla. Al mismo tiempo, es de destacarase la presencia en la propia fachada de una Inmaculada Concepción no guadalupana en el nicho inmediatamente inferior al de los desposorios y de otra muy bella imagen barroca con la misma advocación en el interior del edificio, lo que partece indicar que, usando las palabras de Herrejón, el culto de una no había sido "reasumido" aún por la otra.
Con todo, es casi seguro que en la segunda mitad del siglo XVIII, y en particular después de la secularización de la parroquia de San Jerónimo Aculco en 1759, el culto a la Virgen del Tepeyac se estableciera ya con firmeza en la región y fue entonces cuando la imagen comenzó a ser reproducida en el arte local, como veremos, tanto en la pintura como en la escultura.
Seguramente la imagen más importante entre las guadalupanas que se conservan en el pueblo es la que se encuentra en la parroquia. Se trata un óleo de factura popular que representa no sólo la imagen misma (con algunos defectos en sus proporciones), sino la tilma en que está imprimada. Sin más indicios que sus características formales y materiales, me parece a mí obra de la segunda mitad del siglo XVIII y me atrevería a situarla entre 1760, poco después de la secularización, y 1799, por su bello marco de calamina similar al que resguarda el gran cuadro de ánimas fechado en este último año. El retablo neoclásico en el que se encuentra, el más cercano al presbiterio del lado de la epístola, seguramente fue destinado desde su origen a albergar esta imagen. En el inventario parroquial levantado el 6 de marzo del 1918 por el cura don Rafael G. Morán, al entregar el templo a su sucesor el presbítero don Antonio Ochoa (del que existe copia en el Archivo Histórico Municipal), se advierte sin embargo que este altar lucía entonces más ornamentado:
ALTAR DE NTRA. SRA. DE GUADALUPE.
1 Cuadro grande, forrado de yarda, con la imagen de Nta. Sra. de Guadalupe, vidrio.
2 Esculturas de Stos. viejos.
1 Crucifijo, metal, en cruz de madera, incrustaciones de concha.
1 Nichito, con vidriera de Sn. Luis Gonzaga.
Otra fotografía de este altar, en el que se distinguen mejor los adornos de flores agregados a la "tilma" en su parte inferior, puedes verla en este blog
.
Hoy en día el segundo cuerpo del altar lo ocupa, coincidentemente, la antigua imagen barroca de la Inmaculada Concepción que mencionamos líneas arriba. Por cierto, el mismo inventario de 1918 nos da noticia de otras imágenes guadalupanas que desconocemos si existen todavía: un óleo en la sacristía (al que se califica de "antiguo") y un par de cuadros de distinto tamaño (uno "mediano" y otro "pequeño") en la capilla de Nenthé, que de ninguna manera coinciden con la pintura venerada actualmente en aquel lugar. Lo que sí existe en la sacristía parroquial es un óleo muy interesante del Divino Rostro, de factura popular y posiblemente de la primera mitad del siglo XIX, en el que se advierte con claridad que fue repintado sobre una guadalupana, pues se percibe aún, con cierta iluminación, el trazo de sus rayos de sol característicos.
Así como la representación más común de la Virgen de Guadalupe fue de manera pintada, siguiendo a la imagen original, no fue rara su elaboración en piedra ya fuera en relieve o como esculturas exentas. Del primer caso, las imágenes en relieve, existen en Aculco dos ejemplos muy semejantes realizados en las claves de sendas portadas del siglo XVIII, ambas además con patrones comunes en su diseño pero diferentes en su factura, lo que hace pensar que son obra de distintos canteros. La primera de estas portadas se ubica en la Plazuela Hidalgo, mirando al norte, y es la más elaborada y fina de las dos. Formalmente es una típica portada del siglo XVIII con el característico alargamiento de jambas hasta la cornisa, basas áticas y molduras que limitan el dintel, relativamente angosta. La clave, como ya dijimos, la ocupa una bien labrada imagen de la virgen de Guadalupe dentro de un enmarcamiento ovalado. Las otras dos canteras que forman el dintel llevan labrados, a su vez, los monogramas de María, a la izquierda, y el de Jesús, a la derecha, ambos enmarcados también en sendos óvalos.
La segunda portada guadalupana de Aculco se encuentra no lejos de la primera, en una casa del lienzo norte de la calle de Morelos, mirando al sur. Perteneciente también al siglo XVIII, es evidente la mayor tosquedad de sus acabados, pero también sus semejanzas formales con la otra portada: alargamiento de jambas, basas áticas, molduraciones junto al dintel y clave adornada con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Tiene esta portada la novedad de un adorno de poco relieve en las jambas, que cerca de la basa forma dos róleos planiformes. Sin embargo, carece de los monogramas del dintel de la portada antes reseñada. Pero la imagen guadalupana, labrada también dentro de un óvalo, resulta no sólo desproporcionada, sino que el angelito ubicado a los píes de María ocupa demasiado espacio y con sus brazos parece formar una segunda luna, mientras el trazo de sus alas se encuentra tan desplazado hacia abajo que pareciera perder su sentido y convertirse en una especie de adorno o tarja en la parte inferior del relieve. Esta portada fue posiblemente en su origen tan angosta como la de la plaza Hidalgo, sin embargo fue ensanchada hace unas décadas para permitir la entrada de automóviles, sin gran menoscabo de su valor.
Las capillas de los pueblos de la jurisdicción de Aculco debieron tener también abundantes imágenes de la Virgen de Guadalupe. De igual manera sus haciendas, como la de Arroyozarco. Lamentablemente de esta capilla fue robada hace algunos años una imagen guadalaupana junto con un San Martín. Posiblemente era la misma que mencionan los inventarios de esta propiedad levantados en 1767: "en el corredor de la casa [...] una imagen de la Virgen de Guadalupe".
Pero hubo una fecha verdaderamente inolvidable para los pobladores de Aculco, el 5 de noviembre de 1810, cuando no sabemos si con alegría o temor, pero sí seguramente con enorme sorpresa, vieron entrar el estandarte de la Virgen de Guadalupe conducido al frente de los 40 mil hombres de las tropas insurgentes de Miguel Hidalgo. No era, por cierto, la única imagen guadalupana llevada como bandera por los rebeldes: los soldados de Allende llevaban dos más, casi idénticas, con la imagen de la Virgen de Guadalupe en el anverso. La llamada "bandera de Aculco", que pudo haber sido confeccionada en este mismo pueblo, tenía también bordada en una de sus caras a la Virgen del Tepeyac. Tras la batalla librada dos días después, desastrosa para los insurgentes, el brigadier Calleja dio cuenta de siete banderas capturadas en el enfrentamiento, dos de ellas guadalupanas, y más tarde se le envió una más hallada en el campo. Entre esas banderas se cree que estuvo el estandarte principal, tomado por el cura de Dolores en el santuario de Atotonilco, y probablemente también la mencionada "bandera de Aculco".
Posiblemente también, aunque oculta a la vista de todos, otra Virgen de Guadalupe estuvo presente en el encuentro entre insurgentes y realistas: la pequeña imagen que en una bolsita llevaba colgada al pecho Miguel Hidalgo, que se le halló tras su ejecución en Chihuahua el 30 de julio de 1811. Aunque es seguro que la portaba, no se sabe con certeza si es alguna de las que actualmente se tienen como reliquia del héroe.
Un detalle singular relacionado con esta batalla: uno de los clérigos apresados en Aculco, el presbítero insurgente José María Gastañeta y Escalada, compuso en 1813, estando preso en el Convento de la Cruz de Querétaro, la Salve a la Virgen de Guadalupe, para ser cantada por los presos de la cárcel de aquella ciudad. Esta composición reza así:
Guadalupana, salve; /
salve, Virgen excelsa, /
que del Divino Verbo /
sois madre verdadera.
A Juan Diego dijisteis /
que, como madre tierna, /
nos contituía objetos /
vuestra piedad inmensa.
Por eso los indianos /
en la presente guerra /
vuestro poder invocan, /
vuestros cultos aumentan.
Escuchad compasiva /
sus ayes y sus quejas, /
pues sois su protectora /
liberal, fiel, discreta.
Humildes os pedimos /
que una paz duradera /
selle gloriosamente /
vuestra dulce clemencia.
Romped, Reina adorable, /
romped nuestras cadenas, /
y enjugad nuestros ojos /
con amorosa diestra.
Al Padre siempre damos, /
al Hijo ¡oh Madre tierna! /
y al Espíritu Santo /
alabanzas eternas (5)
Ya más avanzado el siglo XIX, ocurrió en tierras de la hacienda de Arroyozarco -aunque no en las pertenecientes a la jurisdicción de Aculco, sino de Jilotepec- un suceso guadalupano que se tomó por milagroso, cuando en una piedra apareció grabada la imagen de la Virgen. Tal como se refiere ahora el acontecimiento, las cosas ocurrieron así:
La historia de esta imagen se remonta a los últimos días de abril o los primeros de mayo de 1868, cuando ya están sembrada las tierras y comienza a brotar la simiente: un jornalero de nombre Juan Nolasco, a sueldo de un Sr. D. Carlos, vecino de Canalejas, se ocupaba en cerrar los portillos de una cerca de piedra de un terreno sembrado en un rancho de la hacienda de Arroyozarco, que rentaba dicho Don Carlos, para evitar que entraran los animales y destrozaran las plantas nacientes; (así es que) en una de tantas veces cogió una piedra de las muchas que había tiradas, no se sabe si ya tomó una rota o si para mejor acomodo la rompió en pedazos, el caso es que al revolverla entre sus manos vio la manchita con la imagen de la virgen de Guadalupe...(6)
La imagen comenzó a recibir una gran veneración y a fines del siglo XIX comenzó a construírsele en la cima del cerro de Canalejas un bellísimo santuario de estilo entre neorománico y neogótico, donde se le rinde culto bajo la interesante advocación de la "Virgen de la Piedrita".
Finalmente, sólo agregaremos a este texto que la difusión de la devoción a la Virgen de Guadalupe se hizo ya tan universal en el México Independiente, que es rara la iglesia, capilla o catedral católica que no le tenga reservado un lugar especial. Muchas de ellas antiguas, otras tantas modernas, situadas en capillas o veneradas en casas particulares, sería imposible ennumerar las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe que existen a lo largo del territorio municipal de Aculco. Aquí sólo hemos querido dar cuenta de algunas de ellas, las artística o históricamente más significativas. Queda para el lector viajero hallar las otras, aunque le daremos todavía, en las siguientes fotografías, algunas pistas.
Referencias
1. María del Rosario Guadalupe Lima Jiménez. La Génesis del culto guadalupano en la ciudad de México, vista a través de los sermones del siglo XVIII, Tesis de maestría en Historia de México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 2000, p. 40-81.
2. Carlos Herrejón Peredo. Del sermón al discurso cívico: México, 1760-1834, México, El Colegio de Michoacán / El Colegio de México, 2003, p. 153.
3. David A. Brading. Mexican Phoenix: Our Lady of Guadalupe: Image and Tradition Across Five Centuries, Cambridge University Press, 2002, p. 132-133.
4. Elisa Vargas Lugo. "La vicaría de Aculco", en Anales del Instituto de INvestigaciones Estéticas, núm. 22, vol. VI, 1954, p. 103.
5. Justo Sierra (director), Antología del Centenario, Primera Parte, Tomo II, México, UNAM, 1985, p. 274.
6. Efraín Noguez Noguez, Canalejas, un enfoque histórico y antropológico, Canalejas, Jilotepec, edición del autor, 2006.