En el habla aculquense de tiempos idos, "jacal" significaba una construcción rústica, generalmente con cubierta de teja de dos aguas, edificada con el propósito de almacenar semillas, pastura u otras producciones del campo, edificada a distancia del caserío del pueblo y ubicada en medio de las tierras de las que se obtenía el esquilmo que se almacenaba en ella. Si se me pregunta qué diferencia había entre una troje y un jacal, ya que su uso era el mismo, contestaría que la troje solía ser un edificio mayor, con cubierta plana de viguería en vez de tejado, y aspecto más imponente. Ya alguna vez hablamos del mayor de estos jacales: el de Ñadó, que se utilizaba para el almacenamiento de carbón de encino que se producía en el monte.
La hacienda de Cofradía contaba también con uno de estos jacales, situado en medio de sus tierras de cultivo, hacia el oriente de la casa principal de la propiedad. Era una edificación de piedra blanca y dimensiones relativamente reducidas, con un entrepiso de vigas y tablas, y detalles de cantería en sus vanos y bases de las columnas que formaban un cobertizo al exterior. En la escalera que daba acceso a la parte superior (situada en el exterior, hacia el sur) se hallaba labrado el testimonio de su construcción, con el nombre del propietario y una fecha que correspondía a principios de la década de 1860, precisamente a los años en que la hacienda de Cofradía pasó de las manos de la Cofradía de la Purísima Concepción fundada en la parroquia de Aculco a las del particular que la adquirió por efecto de la Ley de Desamortización.
Los tres muros sobrevivientes, a punto de desplomarse.
Pocas construcciones antiguas de Aculco invitaban tanto como ésta a restaurarla y transformarla en una pequeña y agradable casa de campo, al mismo tiempo aislada entre las tierras de cultivo que pertenecieron a la hacienda de Cofradía, siempre verdes gracias al riego, y cercana a la cabecera municipal. Pero el abandono y el desinterés fueron alejando poco a poco esa posibilidad. Primero comenzó a deteriorarse la cubierta y después de algún tiempo, en lugar de intentar repararla se retiraron las tejas para salvarlas de la caída y eso condenó al jacal de Cofradía a la ruina completa.
El muro oriente, con sus dos ventanas.
Sobre el muro sur se puede observar todavía la huella de la escalera que llevaba a la planta alta.
Muro poniente, con una vanos de cantería tapiados, grafiti y la huella del tejaván que se apoyaba en él.
Hace unos meses vi que el jacal a la distancia se veía ya sumamente deteriorado y me hice el propósito de volver pronto para fotografiarlo, particularmente para recoger por escrito aquella inscripción en los peldaños de su escalera. No regresé a tiempo: entre las piedras caídas no puede hallarla ya. Poco antes de mi visita, de hecho, se había derrumbado por completo el muro norte, que quedó curiosamente con sus piedras colocadas en orden en el suelo. Esta construcción es ya una ruina irreparable. Acaso el dueño, con buen sentido, buscará preservar las piedras de cantería labrada y, si está todavía entre ellas, aquella de la inscripción. Pero esto es más nuestro deseo que algo que se adivine probable.
El muro norte, tal como quedó al caer, hace apenas unos días.
Como sea, el jacal de Cofradía se suma ya a la larga serie de edificaciones históricas de Aculco (pueblo ahora en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, designación que ya hemos visto para qué vale) destruidas por el abandono, la mala fe, la incuria y el olvido. Sirvan estas letras y estas fotografías para darle un adiós, un ¡hasta nunca!.
El Jacal de Cofradía, en medio de las tierras sembradas.
ACTUALIZACIÓN, 23 de marzo de 2014:
Una fotografía del Jacal de Cofradía en la década de 1990, ya sin techo pero antes de su colapso, procedente del Catálogo de Monumentos Históricos del INAH: